Un llamado a Occidente para que impulse a Ucrania hacia la victoria
En el laberinto de la geopolítica global, pocas figuras parecen tan amenazantes y engañosas como Vladimir Putin. El presidente ruso, con su mirada de acero y su retórica calculada, ha vuelto a hacer una oferta poco sincera para poner fin a la guerra en Ucrania, una propuesta que es tan hueca como cínica. Para quien preste atención, no se trata de una rama de olivo, sino de una artimaña y un intento desesperado de consolidar los logros de su invasión ilegal y ganar tiempo para su tambaleante ejército.
Sin embargo, resulta inquietante que esta táctica esté ganando terreno en ciertos círculos de Occidente, donde los temores a una escalada nuclear y el cansancio por la guerra están nublando el juicio y erosionando la determinación. Ha llegado el momento de que los dirigentes occidentales vean la farsa de Putin, dejen de lado sus temores y proporcionen a Ucrania los armamentos importantes que necesita no sólo para defender su soberanía, sino para ganar decisivamente esta guerra.
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En un discurso reciente que pareció incongruente, Putin dijo que optaría por poner fin a la guerra en Ucrania. Se trata de un programa diseñado no para promover la paz, sino para promover su causa. Estas exigencias son nuevas en el manual de Putin. A lo largo de los años, ha perfeccionado el arte de matar a la humanidad (utilizando ceses del fuego, conversaciones de paz y acuerdos de negociación como herramientas para la reforma y el asesinato) para reavivar su ira con renovado vigor.
Este nuevo proyecto no es diferente. Detrás de la apariencia diplomática se esconde un motivo ulterior: afianzar las conquistas regionales de Rusia, desestabilizar a Ucrania y romper la unidad occidental. Sin embargo, los dirigentes occidentales no pueden dejarse engañar por esta tendencia. Aceptar la propuesta de Putin significa ceder ante la amenaza, abandonar las ideas de soberanía e independencia y rendirse ante los principios fundamentales del derecho internacional.
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Por encima de todo, es una herida profunda para el pueblo ucraniano, cuyo coraje y resistencia frente a la brutalidad rusa inspiraron al mundo. Cada ciudad y pueblo que Ucrania recuperó de la ocupación rusa es un símbolo del espíritu indomable del país y de su negativa a rendirse. La guerra de Putin en Ucrania no es sólo una guerra geopolítica, sino también un desastre humanitario.
Las acciones del ejército ruso en Ucrania se caracterizan por un nivel de barbarie que escandaliza la mente. Desde las ruinas bombardeadas de Mariupol hasta las fosas comunes encontradas en Bucha, las pruebas de los crímenes de guerra cometidos por el ejército ruso son abrumadoras.
Los civiles han sido especialmente atacados. Las mujeres, los niños y los ancianos son víctimas de una violencia indescriptible. Estos crímenes no son el resultado de incidentes aislados ni de entidades deshonestas, sino el resultado directo de una estrategia diseñada para intimidar al pueblo ucraniano y obligarlo a someterse. Ante tanta brutalidad, cualquier conversación sobre paz debe ser dudosa.
La paz basada en la rendición de Ucrania o en acuerdos fronterizos no es paz en absoluto. Es el comienzo de la violencia, una luz verde para que Putin continúe con su programa de conquista. Quienes en Occidente están a favor de esta solución, ya sea por miedo o por razón, deben considerar las implicaciones morales de su posición. Permitir que Putin dicte los términos de la paz es una admisión tácita de su culpa y una señal de su legado, que allana el camino para futuras agresiones.
Ucrania quedó agobiada
Aunque el pueblo ucraniano ha demostrado un gran coraje al defender su patria, las respuestas de los gobiernos occidentales han sido inconsistentes. De hecho, Estados Unidos y sus aliados europeos han proporcionado a Ucrania una ayuda militar importante, incluidos misiles antitanque, drones y sistemas de artillería. Pero muchas veces la ayuda fue forzada y se aseguró de que Rusia no se dejara provocar, en lugar de garantizar una victoria ucraniana.
La incertidumbre sobre la adquisición de armas más avanzadas –como misiles de largo alcance, sistemas de defensa aérea y aviones de combate– ha dejado a Ucrania con un brazo atado para luchar. Esta advertencia se debió principalmente al temor a una escalada de tensiones, especialmente del tipo de guerra nuclear que sentían Putin y sus aliados.
Pero seamos claros: estas amenazas son muy peligrosas. El arsenal nuclear de Rusia es aterrador, pero la idea de que Putin inicie por sí solo una guerra nuclear por Ucrania es absurda. Una acción de ese tipo aseguraría su destrucción y la de su gobierno. El verdadero peligro no es enfrentarse a Putin, sino permitirle creer que sus amenazas pueden obligar a Occidente a rendirse.
Occidente, a su pesar, no está evitando la guerra, sino retrasándola, al no darle a Ucrania las armas que necesita. La estrategia de Putin se basa en gran medida en el uso del miedo y la división en las sociedades occidentales. Sabe que la perspectiva de una guerra nuclear, por remota que sea, hará temblar a las naciones occidentales y a sus líderes.
Este miedo es una herramienta poderosa que utiliza Putin, pero es una herramienta muy manejable y sencilla. Occidente debe comprender que el verdadero peligro de una guerra nuclear surge de no hacer nada y mostrar debilidad. Si Putin se da cuenta de que Occidente no quiere aumentar las tensiones, seguirá ampliando los límites de la agresión, confiado en que puede hacerlo sin causar daño.
También hay que recordar a los occidentales que, históricamente, la reconciliación no ha conducido a una paz duradera. Desde Múnich en 1938 hasta Crimea en 2014, la historia está plagada de ejemplos de indiferencia hacia los agresores que han provocado más derramamiento de sangre. La idea de que Putin puede tolerar concesiones regionales o poner fin a las hostilidades es una ilusión peligrosa. Es un juego que amenaza no sólo el futuro de Ucrania, sino también la estabilidad de Europa.
Un tiempo de fuerza y decisión
Es hora de que Occidente proporcione a Ucrania las armas estratégicas que necesita, no sólo para defender su territorio, sino también para atacar decisivamente a Rusia. Eso significa eliminar las restricciones a diversas armas, incluidos misiles de largo alcance, sistemas de defensa aérea e incluso misiles que pueden alcanzar objetivos internos rusos.
Otros se negaron a aceptar la petición, temiendo que el conflicto se extendiera más allá de las fronteras de Ucrania. Pero se trata de un problema grave y Occidente debe estar dispuesto a aceptarlo. Occidente envía un mensaje claro al permitir que Ucrania ataque instalaciones militares rusas en suelo ruso: no toleraremos agresiones y responderemos a los ataques contra cualquier país con gran fuerza. Esta política pone de relieve las debilidades del ejército ruso, que ya ha demostrado ser mucho menos poderoso de lo que se creía.
Pero lo que es más importante, muestra la debilidad del poder de Putin, que se basa en el mito de la capacidad de las fuerzas armadas rusas para mantener su poder. Es importante señalar que Ucrania no está sola en esta guerra por su propia supervivencia. Lo que está en juego es mucho más importante. El conflicto en Ucrania es una lucha histórica por el futuro de Europa, por los principios de soberanía, democracia y derechos humanos que forman la base del orden internacional. Si Ucrania cae, las consecuencias se sentirán mucho más allá de las fronteras del país.
Putin no abandonará a Ucrania. Sus ambiciones imperialistas se extienden a otras partes de la ex Unión Soviética y posiblemente más allá. Moldavia, Georgia y los estados bálticos están en su lista. La lógica del apaciguamiento dicta que si Occidente no está dispuesto a proteger a Ucrania, menos dispuesto estará a proteger a estos países pequeños y vulnerables. Además, la victoria de Rusia en Ucrania inspiraría a otros regímenes en todo el mundo. Esto demostraría que Occidente no tiene interés en proteger sus valores y que es bueno estar enojado. Sería un golpe devastador para el orden posterior a la Segunda Guerra Mundial y marcaría el comienzo de una nueva era de inestabilidad y conflicto.
Occidente debe darse cuenta de que su propia seguridad y el futuro del orden internacional están en Ucrania. No se trata sólo de una lucha de Ucrania, sino de una lucha por el alma de Europa. A pesar de las muchas dificultades a las que se enfrenta, el pueblo ucraniano ha demostrado un gran coraje y determinación para defender su país. Desde los ex soldados hasta los civiles que todavía sufren los bombardeos de sus ciudades, el pueblo ucraniano está tomando una decisión firme. Saben que están luchando no sólo por su país, sino también por su derecho a ser una nación libre e independiente.
El pueblo ucraniano ha demostrado claramente que está dispuesto a luchar hasta el último hombre para proteger a su país, pero no puede hacerlo solo. Esta confianza requiere algo más que palabras de apoyo y moralidad: requiere estrategia y acción.
A medida que la guerra continúa, han surgido malas noticias en algunas partes de Europa y el resto del mundo. Los líderes e intelectuales populistas, tanto de derecha como de izquierda, piden el fin de la guerra con la premisa de que Rusia está ganando. Estas voces sostienen que Ucrania debe aceptar la paz, que Occidente debe dejar de “provocar” contra Rusia y que la guerra es una forma de distraer la atención de los asuntos internos. Esto no es sólo una traición a Ucrania, sino una traición a los principios que han mantenido a Europa segura y próspera durante décadas.
La relación no sólo está en bancarrota, sino que también es miope. Ignora el hecho de que la reconciliación con Putin no conducirá a la paz, sino que sólo retrasará la próxima guerra. Ignora las lecciones de la historia que nos han demostrado una y otra vez que es el opresor el que debe sufrir, no el oprimido.
Las opiniones expresadas son las del autor y no necesariamente las de Kyiv Post.
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