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Cómo su neutralidad socava la lucha de Ucrania por la justicia

En Mongolia, una nación remota y sin salida al mar, la llegada del presidente ruso Vladimir Putin esta semana fue recibida con una mezcla de cautela diplomática y resignación silenciosa. A pesar de que la Corte Penal Internacional (CPI) había emitido una orden de arresto contra él, Mongolia se vio incapaz –o no quiso– detener a Putin cuando pisó suelo mongol. ¿Cuál fue la respuesta del país? Un encogimiento de hombros efectivo, un reconocimiento tácito por parte de Ulaanbaatar de la posición imposible en la que se encuentra.

Mongolia no es ajena a las complejidades de la geografía y, más pertinente aún, de la geopolítica. Dado que está atrapada entre dos superpotencias relativas: Rusia y China, su política exterior ha sido durante mucho tiempo una política de equilibrio: ha seguido cuidadosamente un camino que le permite mantener buenas relaciones con ambas y, al mismo tiempo, tender cautelosamente una mano a las democracias occidentales. Sin embargo, este acto de equilibrio se ha vuelto más peligroso a medida que cambia el panorama geopolítico global, en particular a raíz de la guerra de Rusia en Ucrania.

Como miembro de la CPI, Mongolia está legalmente obligada a ejecutar la orden de arresto emitida contra Putin. Sin embargo, cuando llegó el momento, Ulaanbaatar tenía las manos atadas. La realidad es cruda: Mongolia depende de Rusia para el 95 por ciento de su petróleo y una parte significativa de su electricidad. En un país donde las temperaturas invernales pueden descender por debajo de los -40 grados Celsius, las consecuencias de perder una línea de suministro tan crítica no sólo son incómodas, sino que ponen en peligro la vida. “Mongolia importa el 95 por ciento de sus productos derivados del petróleo y más del 20 por ciento de la electricidad de nuestro vecindario inmediato, que anteriormente ha sufrido interrupciones por razones técnicas. Este suministro es fundamental para garantizar nuestra existencia y la de nuestro pueblo”, como explicó un portavoz del gobierno mongol a un medio de comunicación.

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Es fácil criticar a Mongolia por su inacción, pero esa crítica pasa por alto las sorprendentes y matizadas realidades de las relaciones internacionales en esa parte del mundo. Para Mongolia, la neutralidad no es sólo una política, sino una estrategia de supervivencia. Enclavada entre dos gigantes históricos con los que comparte amplios vínculos económicos y culturales, la negativa de Mongolia a tomar partido tiene tanto que ver con la autopreservación como con la diplomacia.

Sin embargo, el equilibrio que Mongolia mantiene se está volviendo cada vez más insostenible. Mientras Occidente –con Estados Unidos a la cabeza– intensifica su retórica y sus acciones contra Moscú, la renuencia de Mongolia a comprometerse plenamente con el bando occidental está generando críticas. El Ministerio de Asuntos Exteriores de Ucrania, por ejemplo, condenó el hecho de que Mongolia no haya detenido a Putin, calificándolo de “duro golpe a la CPI y al sistema de justicia penal internacional”.

La desaprobación continua, aunque en gran medida simbólica, de Occidente es comprensible, pero corre el riesgo de empujar a Mongolia aún más hacia el abrazo de Rusia. La decisión de Ulaanbaatar de recibir a Putin con los brazos abiertos puede parecer una traición a las normas internacionales, pero desde la perspectiva de Mongolia, es una medida calculada para evitar provocar a uno de sus poderosos vecinos, que comparten el deseo mutuo de ver socavado el orden liderado por Estados Unidos.

Mientras tanto, el gobierno mongol es muy consciente de la necesidad de diversificar sus alianzas. La llamada política del “tercer vecino” –el acercamiento estratégico de Mongolia a las democracias occidentales– refleja esta conciencia. La reciente visita del secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, a Mongolia subrayó la importancia del país en el Indopacífico, y Blinken elogió a Mongolia como un “socio central”. El presidente francés, Emmanuel Macron, el presidente alemán, Frank-Walter Steinmeier, y otros líderes occidentales también han viajado a Ulaanbaatar en los últimos meses, ansiosos por reforzar los lazos con esta nación estratégicamente ubicada.

Pero, si bien estas visitas son significativas, no hacen mucho por cambiar el cálculo fundamental de Mongolia. La economía del país está profundamente entrelazada con las de Rusia y China, y su aislamiento geográfico hace que sea difícil alejarse de estos poderosos vecinos. En 2022, China por sí sola representó el 41 por ciento de las importaciones de Mongolia, mientras que Rusia representó el 26 por ciento. Casi todo el comercio de Mongolia fluye a través de sus dos vecinos, lo que deja a Ulaanbaatar con muy poco margen de maniobra.

Algunos sostienen que Mongolia debería afirmar con más audacia su independencia y adoptar una postura más firme contra la agresión rusa en Ucrania, pero este consejo ignora la realidad sobre el terreno. La abstención de Mongolia de las resoluciones de la ONU que condenan la anexión de territorio ucraniano por parte de Rusia no es un respaldo a las acciones de Moscú, sino un reflejo de la cuerda floja que Mongolia debe caminar todos los días. En una región donde un paso en falso podría tener consecuencias desastrosas, los líderes de Mongolia están eligiendo el camino de menor resistencia no por cobardía, sino por necesidad.

Sin embargo, no se pueden ignorar las implicaciones más amplias de la maniobra de equilibrio de Mongolia. Al permitir que Putin visite el país sin impedimentos, Mongolia envía al mundo el mensaje de que las normas internacionales se pueden torcer o incluso violar cuando están en juego intereses nacionales. Esto podría sentar un precedente peligroso, debilitando la autoridad de la CPI y envalentonando a otras naciones a burlarse del derecho internacional cuando les convenga.

La relación de Mongolia con Rusia y China no es sólo una cuestión económica, sino también de supervivencia. Pero, a medida que los líderes del país buscan profundizar los vínculos con Occidente, también deben afrontar los riesgos que ello conlleva. El reciente ejercicio militar Khan Exploration, en el que participaron tropas de Estados Unidos, Japón y China, es un claro ejemplo del delicado equilibrio que mantiene Mongolia. Al incluir a China en el ejercicio, Mongolia le da a Pekín la señal de que sigue siendo un amigo, al mismo tiempo que fortalece los lazos con Washington y Tokio.

Para Mongolia, el futuro sigue siendo incierto. A medida que la guerra de Rusia en Ucrania se prolonga y aumenta la presión occidental, el margen de maniobra de Ulaanbaatar se reduce. Los líderes del país son muy conscientes de lo que está en juego: mantener la neutralidad puede que ya no sea una opción viable, pero comprometerse plenamente con uno de los bandos podría ser igualmente peligroso.

En definitiva, la respuesta de Mongolia a la visita de Putin es un reflejo de su realidad geopolítica más amplia, una realidad determinada por la geografía, la historia y las duras verdades de la política internacional. El mundo puede desear que Mongolia adopte una postura, pero en una región donde una decisión equivocada puede significar un desastre, a veces la única opción es quedarse de brazos cruzados.

Las opiniones expresadas en este artículo de opinión son las del autor y no necesariamente las de Kyiv Post.

(Esta es una historia sin editar y generada automáticamente a partir de un servicio de noticias sindicado. Blog de Nueva York Es posible que el personal no haya cambiado ni editado el texto del contenido).

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