La expulsión de Rusia de la ONU, una necesidad urgente
Mientras la guerra en Ucrania se prolonga, el mundo observa con horror cómo Rusia sigue violando flagrantemente los principios en los que se basan las Naciones Unidas. Mientras los ucranianos soportan incesantes ataques con misiles, la destrucción de infraestructura civil, la matanza de civiles y la deportación de niños de Ucrania, es necesario preguntar:
¿Por qué Rusia continúa ocupando un lugar en la mesa de una institución comprometida con la promoción de la paz y la seguridad?
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Es hora de actuar con decisión. La ONU debe expulsar a Rusia de sus filas, invocando el artículo 6 de la Carta de la ONU, que permite la expulsión de un Estado miembro que viole persistentemente los principios de la organización.
El artículo 6 de la Carta de las Naciones Unidas establece: “Todo Miembro de las Naciones Unidas que haya violado persistentemente los principios contenidos en esta Carta podrá ser expulsado de la Organización por la Asamblea General, previa recomendación del Consejo de Seguridad”.
Esta disposición no es mera retórica, sino que sirve como mecanismo para salvaguardar la integridad de la propia ONU. La creación de esta disposición garantiza que ningún Estado miembro pueda socavar el propósito básico de la organización, que es mantener la paz y la seguridad internacionales.
Desde su invasión de Ucrania en febrero de 2022, Rusia ha mostrado un flagrante desprecio por el derecho internacional, la soberanía y los derechos humanos, principios que forman parte de la Carta de las Naciones Unidas. Las acciones de Rusia constituyen una grave violación del artículo 2, que exige la solución pacífica de las controversias y prohíbe el uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado.
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Al violar sistemáticamente estos principios básicos, Rusia debería haberse excluido de la membresía futura. Hay tres argumentos principales para la expulsión inmediata de Rusia de la ONU.
En primer lugar, la invasión rusa de Ucrania es un ataque directo a los principios fundamentales de la ONU.
No se trata sólo de una cuestión de conflicto bilateral; también plantea un desafío fundamental al orden internacional que las Naciones Unidas se crearon para preservar.
En segundo lugar, la permanencia de Rusia en el bloque sienta un precedente peligroso, pues señala que una nación puede cometer agresiones, crímenes de guerra y anexiones territoriales con impunidad.
En última instancia, al permitir que Rusia mantenga su asiento (especialmente como miembro permanente del Consejo de Seguridad con poder de veto) la ONU está permitiendo que Rusia sabotee cualquier esfuerzo encaminado a la paz y la rendición de cuentas.
La invasión rusa de Ucrania es la última de una serie de acciones agresivas de Moscú que desafían el derecho internacional. No se trata de un incidente aislado. Desde la anexión ilegal de Crimea en 2014 hasta las continuas operaciones militares en el este de Ucrania, Rusia ha demostrado un patrón de comportamiento que contradice los principios de soberanía e integridad territorial.
Como se indica en el Artículo 1, el propósito primordial de la Carta de las Naciones Unidas es “mantener la paz y la seguridad internacionales” y “adoptar medidas colectivas eficaces para prevenir y eliminar amenazas a la paz”. Al invadir Ucrania, Rusia claramente amenazó no sólo la paz, sino también los mecanismos de seguridad colectiva.
Existen informes fidedignos de atrocidades generalizadas cometidas por las fuerzas rusas, incluidos ataques contra infraestructuras civiles, como escuelas, hospitales, jardines de infancia, represas en ríos, etc., así como bombardeos indiscriminados de zonas y el descubrimiento de fosas comunes en territorios ocupados temporalmente por tropas rusas. Estos actos constituyen graves violaciones de la Convención de Ginebra y crímenes de guerra.
Si la ONU no puede actuar contra un Estado miembro que tan descaradamente ignora su Carta y el derecho internacional humanitario, su legitimidad y autoridad moral ya no existen.
El orden internacional, construido con mucho esfuerzo en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, depende del cumplimiento de reglas y normas. Permitir que Rusia conserve su membresía -a pesar de sus acciones- sienta un precedente peligroso que alienta a otros estados a hacer caso omiso de las leyes y normas internacionales sin consecuencias. Esto le dice al mundo que un país puede participar en conquistas territoriales y atrocidades y al mismo tiempo disfrutar de los privilegios de ser miembro de la ONU.
Pensemos en el mensaje que esto envía a otros líderes autocráticos de todo el mundo. Si Rusia puede actuar con impunidad, ¿por qué cualquier otra nación debería adherirse a las normas del derecho internacional? Este doble rasero socava la credibilidad de la ONU, reduciéndola a un foro donde los estados agresivos y dictatoriales pueden usar la diplomacia como cortina de humo para sus acciones.
La participación continua de Rusia en las Naciones Unidas no sólo socava la credibilidad de la organización, sino que también amenaza su capacidad de funcionar con eficacia. Como miembro permanente del Consejo de Seguridad, Rusia tiene derecho a veto y ha bloqueado resoluciones que condenan sus acciones o exigen rendición de cuentas. Esto paraliza en la práctica la capacidad de las Naciones Unidas de hacer cumplir su propia Carta, convirtiéndola en una entidad sin dientes.
El objetivo del veto no es eximir a un país de toda responsabilidad, sino impedir acciones unilaterales que puedan amenazar la paz mundial. El abuso de este privilegio por parte de Rusia ha paralizado al Consejo de Seguridad, volviéndolo ineficaz a la hora de abordar una de las amenazas más importantes a la paz internacional en la historia reciente.
Mientras Rusia siga siendo miembro de la ONU, y especialmente mientras mantenga su posición privilegiada en el Consejo de Seguridad, seguirá obstruyendo cualquier esfuerzo genuino hacia la paz y la rendición de cuentas.
Desde el inicio del conflicto en Ucrania, Rusia ha utilizado repetidamente su poder de veto para protegerse de la condena internacional e impedir la acción colectiva contra su agresión. Esto no sólo socava la capacidad de la ONU para mantener la paz, sino que también alienta a Rusia a continuar su agresión militar sin temor a represalias.
La comunidad internacional debe afrontar la realidad de que la presencia continua de Rusia en la ONU no tiene ningún propósito constructivo. Por el contrario, se ha convertido en un obstáculo para la paz y la estabilidad. Rusia utiliza su plataforma no para promover el diálogo, sino para difundir desinformación, obstruir la justicia y legitimar sus acciones ilegales. La participación de Rusia se burla de los principios fundamentales sobre los que se creó la ONU.
Aunque los argumentos jurídicos a favor de la expulsión de Rusia son convincentes, también debemos considerar la dimensión moral de esta cuestión. Durante demasiado tiempo, el mundo ha permanecido impasible, observando cómo Rusia viola las normas internacionales y lleva a cabo actos de violencia contra una nación soberana. No se trata sólo de una cuestión política; es una profunda crisis moral que pone en tela de juicio la propia conciencia de la comunidad internacional.
¿Cuántas vidas inocentes más debemos perder? ¿Cuántas ciudades más deben derrumbarse, cuántos niños más deben crecer sin sus padres y cuántos refugiados más deben abandonar sus hogares antes de que adoptemos medidas decisivas? ¿Qué esperanza hay de un orden mundial justo y pacífico si la ONU no puede hacer frente a un Estado miembro que participa activamente en la agresión?
Expulsar a Rusia de la ONU sería una medida extraordinaria, pero se trata de una situación extraordinaria que exige una acción audaz. El mundo debe elegir entre defender los principios del derecho internacional y la justicia o rendirse ante un mundo que tolera la fuerza bruta y la violencia. La ONU se creó como un intento de evitar otra guerra mundial, promover la paz y la seguridad y salvaguardar los derechos humanos. La ONU no puede cumplir estas funciones mientras protege a un miembro que viola y pisotea flagrantemente todos sus principios.
El mundo, los Estados miembros de la ONU, deben mostrar coraje y claridad moral. Deben actuar no sólo para defender a Ucrania, sino también para defender la idea misma de un orden internacional basado en reglas claras. Expulsar a Rusia no sería sólo una medida punitiva; sería un acto necesario para restablecer la credibilidad y la eficacia de la ONU.
Es cierto que la expulsión de Rusia de la ONU no será la panacea para poner fin al conflicto en Ucrania ni resolver todas las demás tensiones geopolíticas. Sin embargo, enviaría un mensaje contundente de unidad mundial contra la agresión, los crímenes de guerra y las violaciones de la soberanía. Reafirmaría el compromiso de la ONU con sus principios fundadores y demostraría su disposición a actuar con decisión para defenderlos.
Una decisión de este tipo no será políticamente sencilla para todos los miembros de la ONU, pero es legal y moralmente correcta. La historia juzgará este momento. ¿Elegirá el mundo el camino de apaciguar a los dictadores y la cobardía moral, o optará por defender la justicia y el imperio de la ley?
En definitiva, expulsar a Rusia de la ONU es mucho más que castigar a un Estado rebelde: es reafirmar nuestro compromiso colectivo con la paz, la justicia y la dignidad humana.
Como nos recordó Burke con tanta fuerza, lo único necesario para el triunfo del mal es que los hombres buenos no hagan nada.
Es hora de que el mundo actúe, y actúe con decisión.
Las opiniones expresadas en este artículo de opinión son las del autor y no necesariamente las de Correos de Kiev.
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